jueves, 12 de agosto de 2010

La tragedia de Judy

Vértigo no se acaba nunca. Siempre hipnótica y siempre diferente a sí misma, la película en que con mayor intensidad se perciben los distintos perfiles de Hitchcock (el creador de nuevas formas cinematográficas, el artista del entretenimiento y el explorador de los rincones menos presentables del alma humana) persiste en la memoria y se adhiere al inconsciente de manera permanente, y allí sigue creciendo y cambiando como si tuviera vida propia.
Cada vez que la ves, Vértigo te cuenta algo diferente. Está, por supuesto, la lucha (a la vez conmovedora, patética e inquietante) de un hombre (Scottie: James Stewart) por dar forma a lo que anhela, su viaje por la locura, el engaño y la culpa y su intento de negar la muerte. Hay también una reflexión alucinada sobre la memoria (en esa belleza titulada Sans soleil, Chris Marker definió Vértigo como la única película que ha conseguido reflejar la memoria imposible, la memoria "loca"). Tenemos, asimismo, una intriga alambicada y absorbente (por cierto, quien no la haya visto debería dejar de leer si no quiere que algunos de sus detalles le sean revelados. De nada).
Si hay una película que ha generado interpretaciones, análisis y comentarios, ésa es Vértigo. Sin embargo, en ellos suele olvidarse con demasiada frecuencia al gran personaje trágico de la historia: Judy, la doble de Madeleine (Kim Novak en ambos casos). Y es precisamente Judy la protagonista de la Vértigo que todavía da vueltas en mi cabeza.
Impotente ante la fuerza de lo que siente, Judy se dirige hacia el abismo, consciente de que lo hace pero incapaz de dar un paso atrás. Mientras va accediendo a los deseos de Scottie, obsesionado por transformarla literalmente en la mujer que cree haber perdido, se entrega voluntariamente a su propia perdición.
En el famoso libro de entrevistas con Truffaut, Hitchcock se refería a la escena en la que Judy se convierte definitivamente en Madeleine como a un striptease a la inversa: a medida que se viste para ser idéntica a otra mujer, se va desnudando a los ojos de Scottie. Pero este striptease no se da sólo en ese momento: durante toda la segunda mitad de la película, Judy se desnuda metafóricamente hasta quedar expuesta, vulnerable y sin defensas ante el personaje que interpreta James Stewart. Y eso precipitará tanto su final como la curación de Scottie, cuyo periplo por el delirio y la enfermedad (ese vértigo, real y simbólico a un tiempo) sólo terminará con la destrucción de lo que ama.

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